¿ DÓNDE ESTÁN LAS PUTAS LLAVES ?
«¿Dónde están las putas llaves?» pienso mientras hurgo en mi cartera caminando hacia la camioneta.
Ha sido un día intenso. ¡Estoy tan cansada! Los pies me duelen, los tengo fríos y mojados. Pero, el evento había sido un éxito y todos estaban felices, a pesar del torrencial aguacero que arruinó el final y le dio un cierre dramático al estilo «Titanic». Los últimos invitados terminaron encaramados sobre las mesas acompañando al músico que, protegido del agua por 5 escalones, interpretaba la mítica melodía. Los más cuerdos veían la escena desde las escaleras. Los desagües de la vieja casa de Los Chorros, que fungía como locación, no fueron suficientes para tragar toda el agua que bajaba de El Ávila y que siguió su cause inexorable, hasta inundar la sala donde ya casi finalizaba el bautizo. El caudaloso aguacero, que apenas duró una hora, puso fin a la celebración. Por fortuna, sólo quedaban los más íntimos y la familia, todos borrachos, por lo cual el lamentable suceso se convirtió en una diversión surrealista que ocupará un sitial privilegiado en las leyendas urbanas familiares.


Ya en la camioneta, conducida por el amante de mi cliente, la abuela del recién bautizado, busco mis llaves nuevamente, a ciegas, en mi gigante cartera negra que reposa sobre mis piernas. Apiñados en el asiento trasero, pues nos acompañan la tía y el bautizado, sentado sobre las piernas de su madre, la búsqueda es una hazaña. No aparecen. Sacudo la cartera para ver si las escucho, pues son un mazo grande y generalmente la técnica funciona en situaciones como ésta. Nada. No suenan.
«¿Dónde están las putas llaves?»
Ya preocupada por la situación, se lo comunico a todos.
—¡Amigos, no encuentro las llaves de mi casa! Grave. No tengo como entrar.
—¿En serio? —contestan todos al unísono, ahora también preocupados, pues esto puede complicar la noche un tanto más.
—¿Buscaste bien? —pregunta la abuela de la criatura, desde el asiento delantero, imposibilitada de voltear, por estar atada con el cinturón de seguridad, y aunque no veo su expresión, su voz denota terror.
—Sí, estoy segura.
Silencio. Ha comenzado a llover nuevamente. Son las 12 de la noche.
Al llegar a nuestra primera parada, donde se quedarán la tía y el recién bautizado con su madre, vacío mi cartera con la esperanza de encontrar las putas llaves. Nada. Decido sacar de la maleta el carrito de ruedas, color naranja fosforescente, que contiene el sin fin de artilugios que las productoras siempre llevamos cuando estamos de faena. Busco con nerviosa serenidad. Nada.
«¿Dónde están las putas llaves?«
—¿Qué hacemos? —pregunta mi cliente, ahora verdaderamente alarmada ante la complicación, en medio de la lluvia persistente —¿crees que se te hayan caído en la casa?
—No creo, —le contesto— vayamos a lo seguro. Llamaré a mi señora de servicio que tiene llaves de mi casa e iremos a buscarlas. Mañana me ocuparé de las mías. A esta hora ya no debe haber nadie en la locación.
—¿Y dónde vive? —pregunta ahora aún más inquieta.
—En los bloques de Misión Vivienda que están detrás de Parque Central en la Avenida Bolívar —le contesto con voz compungida, temiendo que me diga que debo pernoctar en su casa para ocuparnos de las llaves al otro día en la mañana.
—Vayamos —dice el amante decidido, quien probablemente no me quiere como invitada de pernocta en un pijama party durante una noche como ésta.
Llamo a mi señora de servicio con el último poquito de pila que me queda en el celular, explicándole la situación, pidiéndole que baje a la calle a entregarme sus llaves y acordando que le avisaré cuando esté cerca, para no tener que esperar estacionados a esta hora en la zona, que es un tanto peligrosa. Nos enfilamos hacia la Avenida Bolívar.

Ya con unas llaves para poder entrar a mi casa y habiendo atravesado el centro de Caracas, a las 2 de la madrugada, finalmente, llegamos a mi calle. Bajo del carro para abrir la puerta peatonal, pues no tengo el control del portón eléctrico. Está en mi llavero extraviado. Abro con las llaves prestadas la reja que da acceso a mi propiedad. Hay un papelito blanco doblado insertado en la puerta.
Lo desdoblo. En buena caligrafía dice: «Vecina, no se preocupe por sus llaves. Las tengo en mi casa. Venga a buscarlas cuando llegue, Francisco».
—¡Aparecieron las putas llaves! —grito sorprendida.
Las había dejado pegadas a la puerta al salir apurada, el día anterior, a las cinco de la madrugada.
FIN
«Vísteme despacio que estoy apurado».