La Patria a flor de piel

Era un mañana fresca, de aquellas que, al amanecer, el campo huele a tierra fértil. El olor a melaza de la molienda inundaba el ambiente. Empalagoso y profundo. Según la historia éramos “latifundistas”.
Era domingo y sonó el teléfono. Contesté. Llamaba el administrador de Belic, una de nuestras fincas, cerca de Cabo Cruz, en la Provincia de Oriente, al sur de Cuba. Tenía una playa llamada Las Coloradas, de arena blanca y un mar infinitamente azul, ubicada a 50 kilómetros de Media Luna, donde yo me encontraba, en el ingenio azucarero Isabel B.
¿Dónde están las putas llaves?

“¿Dónde están las putas llaves?” pienso mientras hurgo en mi cartera caminando hacia la camioneta.
Ha sido un día intenso. ¡Estoy tan cansada! Los pies me duelen, los tengo fríos y mojados. Pero, el evento había sido un éxito y todos estaban felices, a pesar del torrencial aguacero que arruinó el final y le dio un cierre dramático al estilo “Titanic”.
La casa sin tiempo

Son las 3 de la madrugada. Me despierta el sonido de la lluvia que cae con fuerza sobre el piso de granito de la terraza que está detrás de mi cuarto. Percibo una claridad inusual en el pasillo porque las luces de la escalera están prendidas. ¿Será qué bajó a algo? Espero. El sistema de iluminación es automatizado con celdas de movimiento y se apagan a los 7 minutos. No se apagan.

Una voz para la vida
Un día, Rocío decidió que jamás dejaría de cantar. Tiene 68 años y tres veces por semana se levanta a las tres y media de la madrugada para llegar a la escuela del barrio donde, alegres, la esperan sus pequeños alumnos, para disfrutar de la clase más divertida de toda la semana: clases de canto.