
En esta casa casi mágica en donde habito, el tiempo se vive de una forma un poco extraña…

Son las 3 de la madrugada. Me despierta el sonido de la lluvia que cae con fuerza sobre el piso de granito de la terraza que está detrás de mi cuarto. Percibo una claridad inusual en el pasillo porque las luces de la escalera están prendidas. ¿Será qué bajó a algo? Espero. El sistema de iluminación es automatizado con celdas de movimiento y se apagan a los 7 minutos. No se apagan. Que extraño. ¿Será que yo las dejé encendidas? No, recuerdo claramente haberlas puesto en modo automático cuando subí a mi cuarto.
Vine a vivir a la casa de mi hermana por circunstancias de la vida hace un año. Siempre me pareció una tipa chévere porque cuando yo era chama, ella era hippie y abrió el camino de la «mala conducta» para los que veníamos detrás. Es artista e intelectual, yo soy ingeniero y matemática, así que todos nuestros relacionados apostaron a que en seis meses, después del honeymoon de la hermanitas viviendo juntas, terminaría el entusiasmo y acabaríamos peleadas, cada una nuevamente sola, en su casa. Situación que no me puedo permitir, porque ya no tengo casa. Lo había vendido todo y lo poco que aún quedaba de mi vida material aguardaba su momento en un depósito. Ahora sólo tengo una pieza grande, que parece un estudio apartamento de vida universitaria, habitado por una niña adulta de 50 años, cuyos hijos adolescentes viven un exilio estudiantil porque les está prohibido pisar su país.
¿Será qué bajó? Espero otro rato, dando vueltas en la cama, y las luces no se apagan. Debe ser que ella está abajo.
En esta casa casi mágica en donde habito, el tiempo se vive de una forma un poco extraña porque uno de sus moradores es escritora y tiene habitos peculiares. A veces se levanta a las 3 de la madrugada porque según dice «la visita la musa con quien quiere conversar». Una casa donde, cuando te despiertas al alba para ir al baño, en la lejanía se escuchan las oraciones de la abadesa medieval Hildergard Von Bingen en versión electrónica y huele a cafe.
Sigo preocupada en la cama y el sueño no llega. Las luces siguen prendidas. Decido levantarme. Los postes de la calle dan a los vitrales de la escalera un suave resplandor. Bajo con cautela, porque aunque esta casa es una fortaleza, nunca se sabe si algún genio maléfico de los que abundan en estos tiempos logra derribar sus barreras protectoras. En el trayecto, desde la escaleras hasta la planta baja, me parece oir una melodía como las que ella escucha para meditar, pero al llegar, hay silencio.
Recorro la casa, envuelta en la penumbra ámbar de los faroles de bombillos amarillos que se encuentran en el corredor exterior y que se cuela a través de las ventanas, dando un cálido manto al ambiente interior. A ella no le gusta la luz blanca. Sigue lloviendo. Ahora el sonido es el de gotas furiosas sobre el techo de laminas de zinc del estacionamiento.
Me asomo a su biblioteca, el espacio de la casa donde suele encontrarse con la musa a estas horas de la madrugada. No está. Que extraño. Por un instante pienso que han entrado y se la han llevado, pero lo puerta blindada de la calle está cerrada y no parece haber ninguna señal extraña en los alrededores.
Subo nuevamente a mi cuarto, asegurándome esta vez, de que las luces se encuentren en la posición acertada para que se apaguen a los 7 minutos.
La intranquilidad no me permite reencontrarme con el sueño. En algún momento, poco antes del alba, sin darme cuenta, me quedo dormida.
Me despierto con la luz tamizada por el cielo gris y el sonido de las guacharacas que arman un escándalo sin misericordia para con los que han pasado la noche en vigilia. Me levanto y me asomo a su cuarto. La cama esta destendida, pero ella no está.
Huele a cafe.
Bajo nuevamente la escaleras y cuando paso frente a la celda las luces automatizadas se prenden. Voy a la biblioteca. Ahí está. Sentada en el escritorio como cada mañana, frente a su portátil, con una taza de café.
Hoy no hay música.
Me siento en el sofá del estudio y le cuento mi extraña experiencia de la noche anterior con expresión trasnochada.
— ¿No será qué fue un sueño ? —me pregunta burlándose.
— No, yo no estoy loca —le contesto restregándome los ojos.
— ¿Pero por qué no te asomaste a mi cuarto ? —pregunta con una sonrisa incrédula .
— No sé, me enrollé tanto que no se me ocurrió, —contesto riéndome de mi misma ante lo absurdo de la situación.
— Bueno, tu sabes que esta es la casa sin tiempo y cualquier historia fantástica puede suceder.
Ella sonríe y continua escribiendo el párrafo del momento en comunión con su duende interior.
