PALABRAS AL OTOÑO

Paisaje

A Rita, Concha, Pepe y Carmencica.

La tarde equivocada 
se vistió de frío. 

Detrás de los cristales, 
turbios, todos los niños, 
ven convertirse en pájaros
un árbol amarillo. 

La tarde está tendida
a lo largo del río. 
Y un rubor de manzana
tiembla en los tejadillos.

Federico García Lorca, Canciones para Niños, (Canciones 1921-1924)

De otoño

Yo sé que hay quienes dicen: ¿por qué no canta ahora 
con aquella locura armoniosa de antaño? 
Ésos no ven la obra profunda de la hora, 
la labor del minuto y el prodigio del año. 

Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa, 
cuando empecé a crecer, un vago y dulce son. 
Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa: 
¡dejad al huracán mover mi corazón!

Rubén Darío, Poemas de otoño y otros poemas, 1910

Otoño

Aprovechemos el otoño
antes de que el invierno nos escombre
entremos a codazos en la franja del sol
y admiremos a los pájaros que emigran
ahora que calienta el corazón
aunque sea de a ratos y de a poco
pensemos y sintamos todavía
con el viejo cariño que nos queda
aprovechemos el otoño
antes de que el futuro se congele
y no haya sitio para la belleza
porque el futuro se nos vuelve escarcha

Mario Benedetti, Insomnio y duermevelas, 2002

Celebrando los 125 años de García Lorca

Verde…

Verde que te quiero verde

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas. 
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña. 
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda 
verde carne, pelo verde, 
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde. 
Bajo la luna gitana, 
las cosas la están mirando
 y ella no puede mirarlas. 

Verde que te quiero verde. 
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra 
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento 
con la lija de sus ramas, 
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.

¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...? 
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga. 
Compadre, quiero cambiar 
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta. 
Compadre, vengo sangrando 
desde los puertos de Cabra. 

Si yo pudiera, mocito, 
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa. 
Compadre, quiero morir 
decentemente en mi cama. 
De acero, si puede ser, 
con las sábanas de holanda. 

¿No veis la herida que tengo 
desde el pecho a la garganta? 
Trescientas rosas morenas 
lleva tu pechera blanca. 
Tu sangre rezuma y huele 
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya mi casa. 
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas, 
¡Dejadme subir!, dejadme 
hasta las altas barandas. 
Barandales de la luna 
por donde retumba el agua. 

Ya suben los dos compadres 
hacia las altas barandas. 
Dejando un rastro de sangre. 
Dejando un rastro de lágrimas. 
Temblaban en los tejados 
farolillos de hojalata. 
Mil panderos de cristal, 
herían la madrugada. 

Verde que te quiero verde, 
verde viento, verdes ramas. 
Los dos compadres subieron. 
El largo viento dejaba 
en la boca un raro gusto 
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime? 
¿Dónde está tu niña amarga? 
¡Cuántas veces te esperó! 
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda! 

Sobre el rostro del aljibe, 
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde, 
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna 
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima 
como una pequeña plaza. 
Guardias civiles borrachos 
en la puerta golpeaban. 
Verde que te quiero verde. 
Verde viento. Verdes ramas. 
El barco sobre la mar. 
Y el caballo en la montaña. 

Romance sonámbulo

Federico Gatcía Lorca