Proust, escribir y vivir de café y croissants

Marcel Proust era un hombre de desayunos.  Aunque durante buena parte de sus años de juventud, fue un socialité consumado, con una vida mundana y disipada, durante los últimos quince años de su vida, en el periodo en el que escribió su obra cumbre En busca del tiempo perdido, Proust vivió recluido en su propiedad ubicada en el 102 del Boulevard Haussmann en París, donde hizo cubrir las paredes de corcho para aislarse de ruidos y dedicarse, sin ser molestado, a escribir su obra maestra. Prácticamente vivía a base de café con leche y croissants casi como único alimento.


Marcel Proust y su hermano Robert en 1882 a los 11 años. 

Valentin Louis Georges Eugène Marcel Proust nació en el aristocrático barrio parisino de Auteuil, el 10 de julio de 1871, en el seno de una familia acomodada y cultivada. Su padre, Adrian Proust, fue un médico epidemiologo de renombre internacional, profesor en la Facultad de Medicina de la Universidad de París (La Sorbona), también consejero del gobierno en asuntos de sanidad. Jeanne Clemence Weil, su madre, una judía alsaciana nieta de un antiguo ministro de Justicia, era una mujer de una amplia y sólida cultura. Por ello,  Proust siempre gozó de una educación, posición social y situación económica privilegiada. 

Proust tuvo una salud tan frágil desde su nacimiento que su padre temió que no sobreviviera, por lo cual tuvo una niñez sobre protegida.  Manifestaba signos de una inteligencia y una sensibilidad precoces, pero su salud permanecería delicada durante toda su vida, sufriendo su primer ataque severo de asma a los nueve años. 

Marcel Proust, en la segunda fila, el primero a la izquierda, junto a sus compañeros de clase del Liceo Condorcet.
Marcel Proust en una velada en el aristocrático Hotel Ritz de Paris.
Fotografia de Gérard Bertrand de la Colección «Marcel Proust Recomposed».

De joven comenzó a frecuentar los círculos aristocráticos, lo cual le permitió alternar con los escritores, artistas e intelectuales más renombrados de la época y que, al mismo tiempo, le valió la fama de snob;  fama sobre la cual André Gide, escritor e influyente editor de la Nouvelle Revue Francaise (NRF) se basaría, algunos años después,  para rechazar el manuscrito de À la recherche du temps perdu, casi sin leerlo. En esa época surge el famoso Cuestionario de Proust

Gracias a su posición social y a la fortuna familiar, Proust pudo dedicarse exclusiva y tranquilamente a escribir, aunque sin mucho éxito durante los primeros años.

Su obra cumbre En busca del tiempo perdido cuyo título original en francés es À la recherche du temps perdu, compuesta de siete volúmenes, publicados entre 1913 y 1927, constituye una de las obras cumbre del siglo XX,  con una gran influencia en el campo de la literatura, filosofía y la teoría del arte.


La coreografía del café y el croissant…

En 1905, tras la muerte de sus padres, especialmente la de su madre, su frágil salud se deterioro aún más, sumido en una gran depresión y Proust permaneció casi recluido en su residencia ubicada en 102 del Boulevard Haussmann en París. Escribía exclusivamente de noche, tomando café en grandes cantidades y casi sin comer, cuenta Céleste Albaret, su fiel ama de llaves durante esos años. 

En el libro de sus memorias, Céleste cuenta que Proust nunca dejaba de escribir y de hacer interminables correcciones a sus textos, supresión y añadidos en papeles que ella se encargaba de pegar en las páginas correspondientes y que alcanzaban considerables extensiones.  

A medida que su enfermedad empeoraba, su necesidad de escribir comenzó a suprimir su deseo de comer, y el desayuno se convirtió en la comida preferida de Proust.  En lugar de las icónicas “magdalenas y el té” que se hicieron famosas a través de su novela, Por el camino de Swann / Du côté de chez Swann, publicada en 1913 por cuenta del propio autor, el verdadero Marcel exigía croissants y café con leche. Céleste se los llevaba a la cama mientras él leía el periódico, generalmente al medio día. Marcel mojaba con parsimonia su croissant en el café y comía poco más durante el resto del día. Céleste Albaret cuenta que se maravillaba de la capacidad del escritor para vivir con tan poco, después de años de ser un comedor hedonista. 

La rutina de servir el café y el croissant era un arte delicado en la residencia de Proust. Cuando contrataron a Céleste, ella aprendió la intrincada coreografía del desayuno: traiga a Marcel el croissant # 1 con su café, pero asegúrese de tener el croissant # 2 a la mano en caso de que se requiera pastelería adicional. Cualquier retraso en servirlo sería un alto delito, escribe Albaret. «Pon el platillo con el croissant en la bandeja y vete», le instruyeron. «Hagas lo que hagas, no digas nada”.

«Lo más extraordinario era cómo podía sobrevivir y trabajar, enfermo como era, …viviendo en las sombras de alimentos que había conocido y amado en el pasado». 

 Céleste Albaret

En el mes de septiembre de 1922, Proust sufrió una severa crisis de asma. El 10 de octubre salió a la calle por última vez, y una semana después sus médicos le diagnosticaron una neumonía severa. Sin haber concluido totalmente su obra, a los 51 años, murió el 18 noviembre de 1922 en París.  

Robert Proust,  convertido en un prominente cirujano y quien siempre apoyó activamente la carrera de escritor de su hermano mayor, después de la temprana muerte de Marcel, editó y organizó los últimos tres volúmenes de la obra para su publicación. Tomaría personalmente a su cargo la edición de los manuscritos, cuyas publicaciones fueron apareciendo una a una hasta que en 1927 se publicó el tomo séptimo y último: El tiempo recobrado /Le temps retrouvé. Su extensa correspondencia tambien sería recopilada y las últimas piezas fueron publicadas en el año 2012.

Puedes leer su biografía completa aquí:


¿ Quién fue Céleste Albaret?

Céleste Albaret  fue una muchacha de provincia, nacida en 1891 en Auxillac, una región del sur de Francia conocida como Languedoc-Roussillon. Se trasladó a París en 1913 al contraer matrimonio con un taxista parisino de nombre Odilon Albaret.  El taxista tenía entre sus clientes más asiduos al celebre escritor Marcel Proust.

Solitaria y aburrida en la gran ciudad, y por sugerencia de su marido, Albaret comenzó a hacer algunas diligencias para Proust. En poco tiempo se convirtió en su secretaria y ama de llaves. Durante la última década de la vida de Proust, su salud declinó enormemente y Céleste se convirtió en su enfermera y en «el conducto más confiable para el mundo del escritor, más allá de su recluida habitación recubierta de corcho”.

Albaret permaneció ferozmente leal a su famoso empleador hasta mucho después de la muerte de Proust en 1922. A medida que la reputación póstuma de Proust aumentaba, para Céleste fue un punto de honor rechazar la publicidad y evitar cualquier mención de la vida personal del escritor que pudiera haber sido considerada como una deslealtad. 

«Mi querido Céleste sabes todo sobre mí. No sabes cuántas personas vendrán a verte después de que yo haya muerto. Y, por supuesto, no lo harás. Responde, te conozco.»

Céleste y su esposo Odilon Albaret

Después de la muerte de Proust, Céleste y su esposo abrieron el Hotel Alsace Lorraine, en Rue des Canettes en París, que más tarde pasó a llamarse Hotel La Perle y que la pareja regentaba junto con su hija, Odile.

Odilon Albaret, murió en 1960, para cuyo momento la mayor parte de las celebridades que Céleste había conocido como joven, gracias a Proust, habían desaparecido. Sin embargo, la reputación de Proust perduró y durante la década de 1960 Céleste fue redescubierta por los miembros del establishment de las artes y la cultura francesa.

Otra personalidad que mostró gran interés en los recuerdos de Céleste  Albaret sobre sus años junto a Marcel Proust fue el coleccionista, filántropo y apasionado bibliófilo Jacques Guérin, considerado por los críticos «no sólo un coleccionista, sino un salvador de todo lo que se refiere a Proust”.

Gracias a los consejos de Jacques Guérin, a principios de la década de 1970, Céleste rompió su silencio de cincuenta años sobre su experiencia al lado de Marcel Proust. Después de observar que otros, menos escrupulosos que ella, habían hablado y escrito cosas sobre los asuntos personales de Proust que no siempre eran ciertas, revelo su experiencia junto al íconico escritor.  Decidió cumplir su último deber con el que siempre le había dicho “usted es quien cerrará mi ojos cuando muera”  y que con gran cariño se refería ella como  “mi querida Céleste”.

Céleste Albaret  posa al pie de la cama  de la habitacion de Marcel Proust reconstruida por   el coleccionsita Jacques Guérin en 1953. 



A raiz de eso, Céleste Albaret dictó setenta horas de material grabado al conocido biográfo, periodista y traductor Georges Belmont. El resultado  fue el libro Monsieur Proust: Souvenirs recueillis par Georges Belmont / Monsieur Proust: Recuerdos de Georges Belmont publicado en 1973. 

El libro de Belmont fue bien recibido por los críticos y también resonó más allá de la élite literaria. Fue traducido a varios idiomas incluyendo el inglés.

Céleste también accedio a vender a Jacques Guérin, para su colección de artículos de Proust, algunos obsequios personales que este le había regalado durante los largos años que estuvo a su servicio, y que se han convertido en los tesoros «proustianos»  más cotizados entre los fanáticos y coleccionistas franceses.

Puedes encontrar el libro Monsieur Proust en Amazon.

Céleste Albert fotografiada por Séamas McSwiney en 1981

Pocos años antes de su muerte, en homenaje a una mujer notable que participó íntimamente en un elemento central de la historia literaria de Francia, y que personalmente contribuyó de manera práctica a la creación y preservación de textos históricos,  Céleste Albaret fue condecorada con la Orden de Artes y Letras de Francia.  

Vivió los últimos años de su vida en una moderna casa al oeste de París, en Montfort l’Amaury, cerca de la residencia de Maurice Ravel, de la cual fue cuidadora durante muchos años. Murio a los 94 años el 25 de abril de 1984


La última foto de Marcel

Man Ray

 © Man Ray Trust ARS-ADAGP

En 1922, Man Ray (Emmanuel Radnitsky) apenas tenía un año viviendo en Montparnasse, París, uno de los barrios predilectos de los intelectuales de la época, cuando su amigo, el poeta, escritor y diseñador Jean Cocteau le pidió que fotografiara a su también buen amigo, el escritor Marcel Prouest, en su leche de muerte. 

Cocteau, quien aunque bastante menor, era un buen amigo de Marcel y ambos se habían educado en el aristocrático Lycée Condorcet en París, aunque en épocas diferentes. Conocido en los círculos artísticos bohemios como “el príncipe frívolo”, Cocteau pidió a su amigo, el ya famoso y vanguardista fotógrafo americano recien llegado a Paris, que tomara una fotografía póstuma a su amigo Marcel. 

Man Ray, que en ese momento tenía 32 años y que no conocía personalmente a Proust, a petición de su amigo, realizó la fotografía el 20 de noviembre de 1922, dos días después del fallecimiento del escritor.  La impresión fotográfica, que es una copia en gelatina de plata, tiene un tamaño de 15.1 × 19.8 cm y se encuentra en el J. Paul Getty Museum, en la ciudad de Los Angeles, USA.

Durante los siguientes 20 años en Montparnasse, Man Ray se convirtió en un destacado fotógrafo y retratista. Importantes personalidades del mundo intelectual y social, como James Joyce, Gertrude Stein, Jean Cocteau, Bridget Bate Tichenor  y Antonin Artaud, posaron para su cámara.


Visitas obligatorias

Si te interesa el tema, no dejes de visitar estas páginas donde encontraras información interesantísima. 

También puedes visitar nuestros post anteriores de la serie

Escritores que amaron el café 

2 comentarios en “Proust, escribir y vivir de café y croissants

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